Para abordar el tema debemos aclarar que existen dos problemas diferentes que pueden o no coincidir en un mismo sujeto:
Un problema son los peligros potenciales que pueden derivarse del acceso a páginas de internet y otro problema es la adicción a las nuevas tecnologías. Es decir, el mal-uso y el abuso.
En los últimos cinco años se ha normalizado entre la población infanto-juvenil el uso del móvil. A partir de los 13 años, según las estadísticas, poseen móvil el 50% de los jóvenes. A los 15 más del 80%. Pero lo verdaderamente sorprende es que a los 11 años más de un 30% de los chicos utilizan el móvil con normalidad. Y, aunque muchos padres consideran que es un medio para tener localizados a sus hijos y se lo compran por un tema de seguridad, todos ellos tienen acceso a internet con escaso control por parte de sus mayores, lo que se convierte en un peligro potencial.
En primer lugar, y hablando de los peligros, es escalofriante saber que casi el 70% de nuestros adolescentes ha contactado con desconocidos a través de las denominadas «redes sociales»
Alrededor del 10% de estos terminan teniendo contacto físico con esas personas.
Evidentemente, en estos casos el móvil con acceso a internet no ha servido para que el adolescente esté más seguro.
También muestran las estadísticas que más del 70% de los adolescentes ven pornografía a través de internet. Un tercio de la población juvenil encuestada reconoce hacerse fotos desnud@s para pasárselas a otros. ¿Conocidos o desconocidos? ¿Sabemos el uso que pueden llegar a hacer? Es frecuente que todo empiece como un juego, pero estos jóvenes no saben que, en realidad, es un laberinto del que después es difícil salir.
Otro grave problema que he podido observar en contexto clínico es el de adolescentes que cambian de identidad. Entran en foros, en páginas, en «conversaciones», en mundos que no controlan y que les pueden llegar a controlar.
Los padres no saben que a través de internet, l@s chic@s de nuestro país pueden encontrar información privilegiada para vomitar y dejar de comer sin que nadie se entere. La semana pasada ha salido en prensa el testimonio de una madre intentando que se prohiban y penalicen esas páginas que contribuyeron a que su hija adolescente tuviera el tan conocido trastorno de alimentación de la anorexia.
Los padres no saben que a través de internet l@s chic@s de nuestro país pueden comprar drogas de todo tipo (quetiapina, LSD, Spice, éxtasis) que vienen «camufladas» en presentaciones (sellos, jabones, popurrís de flores) de aspecto inocente. Al conocer estas noticias uno se pregunta: ¿cómo es posible que la compra de estas sustancias de devastadores efectos para la salud física y mental sea tan sencilla?
Otro problema que no podemos olvidar es el diario whatsappear de estas criaturas. Han sustituido la expresión oral por el rápido manejo de los diminutos teclados de sus teléfonos hasta el punto de que ahora en España estamos a la cabeza en la utilización de esta forma de «incomunicación». Es frecuente ver a varios adolescentes sentados en un banco sin hablar, cada uno con su teléfono, absortos, abstraídos, estando sin estar.
Por otro lado, el ciberbulling es un hecho. ¿Cuántos niños de razas diferentes, de características físicas diferentes, están siendo acosados en estos momentos a través de los móviles de sus compañeros? Y la «ciberviolencia»¿Cuantos grupos de adolescentes quedan para maltratar animales, personas, objetos?
Pero el uso, como siempre, no es el error. Es el mal uso lo que está haciendo saltar las alarmas.
Los padres, frecuentemente, no detectan el problema, pero sí se dan cuenta de que su hij@ está utilizando bastantes horas el móvil, que accede muchas veces a páginas de internet y que pierde mucho tiempo que debería estar utilizando en otros menesteres.
Ante esto hay varias posturas: unos padres reaccionan prohibiendo, otros regulando, otros negociando. «Te dejo otra vez el móvil si……. estudias más, ayudas en casa, no te duermes tan tarde, o no gastas tanto dinero porque me vas a arruinar». El uso o no uso del móvil se ha convertido en premio-castigo, según convenga.
Los padres negocian este tipo de cosas que pueden llegar a ser tan perniciosas porque no saben el alcance del problema. Es cierto, todavía no hay una percepción clara del peligro. Frecuentemente los padres están sensibilizados con las drogas, de ahí que ninguno le diga a su hij@: «te quito la mariguana, pero si estudias te la vuelvo a dar.» O «si apruebas todo a final de curso te prometo una botella del mejor ron».
Evidentemente hay más información sobre un asunto que sobre otro y todavía los padres no han llegado a descubrir que las nuevas tecnologías y sus redes sociales pueden llegar a convertirse en algo tan nocivo para la salud de sus hijos como las drogas o el alcohol. Todavía no existe en nuestra población sensación de alarma.
La adicción a las drogas es un fenómeno ampliamente estudiado. Desde los años 70 del siglo pasado en España ya había voces advirtiendo de los problemas de la droga y de cómo poco a poco ese germen se estaba introduciendo en los colegios. Aún así, la alarma no cundió hasta que en los años 80, la movida madrileña, se llevó por delante la vida de muchos de los jóvenes de la época. Los años de la heroína dieron al traste con los planes de un sector de la generación de aquellos locos momentos. Las alarmas se dispararon. Hasta que finalmente apareció el fantasma del SIDA como broche, apoteosis final de unos años de no tomar serias medidas.
Después, en estas dos últimas décadas, hemos asistido sorprendidos al consumo frecuente de mariguana y alcohol. Nos hemos «acostumbrado» a los comas etílicos, a ver chicos y chicas tirados en las ferias de los pueblos, mareados y vomitando; nos hemos acostumbrado a las macrofiestas, que no hace tanto se llevaron por delante la vida de cinco adolescentes en Madrid; y a las Goas, esos encuentros con nombre de isla, en donde se dan cita nuestro adolescentes, algunos ya eternos adolescentes de treintaytantos que siguen yendo allí a pasar y pasarse.
Pues bien, de la misma manera que el mundo sórdido del consumo de estupefacientes se nos vino encima, ahora se nos viene otra marea negra. Utilizar para fines nocivos las nuevas tecnologías está llevando a muchos adolescentes a vivir experiencias dolorosas. Es preciso estar atentos.
En segundo lugar, la tecnoadicción es un hecho. Es necesario recordar que no sólo el mal uso es un peligro, también lo es el abuso. Al igual que en el caso de cualquier otra adicción, en la adicción a la tecnología (por denominarlo de forma genérica) hay una sintomatología que los padres deben observar: En los adolescentes puede empezar a notarse:
- Problemas de alimentación, falta de horas de sueño.
- Irritabilidad, ira o enojo (síndrome de abstinencia) cuando se les quita o se les impone la norma.
- Mentiras al respecto, negación de la evidencia , esconder el móvil y decir que lo han perdido, robar dinero para comprar una tarjeta.
- Dedicarle tiempo incompatible (conexión compulsiva) con las horas de estudio. Se observa en los chicos una bajada en sus notas.
- Cada vez se les ve más aislados y con menos red social. Prefieren estar solos en su cuarto y pasan bastante tiempo sin interactuar con la familia.
- Los chicos, generalmente, buscan excusas tipo «todos mis amigos están conectados, si no me conecto voy a ser un marginado. Es frecuente que cuando no pueden jugar o conectarse por algún motivo de peso, monten en cólera y pierdan el control.
En el mes de octubre del pasado año se editó en España el Manual diagnóstico y estadístico de los trastorno mentales DSM-V y en él se incluye Trastorno por juego con Internet (no se habla de trastorno por uso de móvil, pero seguro que lo harán en próximas revisiones). Se define como «uso persistente y recurrente de internet para participar en juegos (no de apuesta), a menudo con otros jugadores, que provoca un deterioro o malestar cínicamente significativo».
Para que se determine que estamos ante un Trastorno por juego con internet, se deben cumplir 5 (o más) de los siguientes criterios en un periodo de 12 meses:
- Preocupación por los juegos de internet: el sujeto está pensando en el juego (añadiría móvil), anticipa jugar, e internet se convierte en la actividad dominante de la vida.
- Aparecen síntomas de abstinencia al quitarle los juegos (añadiría móvil) por internet: irritabilidad, ansiedad, tristeza.
- Surge la tolerancia al medio. El sujeto cada más necesita dedicar más tiempo a participar en los juegos (añadiría móvil) para sentirse bien.
- El sujeto realiza intentos para dejar estas costumbres, pero no lo consigue.
- Engaña a familiares en relación al tiempo que dedica a jugar (hablar, whastappear).
- Usa los juegos para evadirse de un malestar.
- Debido al juego pone en peligro su vida socio-familiar, laboral o escolar (oportunidades educativas, estudios, y relaciones sociales)
En definitiva, si los padres observan que el uso de la «nueva tecnología que sea» ha ido a más en los últimos seis meses; si sus hijos juegan más de dos horas diarias; si la vida virtual está más presente que la vida socio-familiar; si el aislamiento aumenta, el sedentarismo, la negación a salir, a hacer deporte; si disfrutar va asociado a estar delante de alguna pantalla; si se observan cambios en la conducta, ansiedad, irritabilidad…
Es decir, si los padres ven algo que les parece extraño, deberán tomar medidas con rapidez.