evaluacion-neuropsicologica

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Con motivo de la celebración del Curso Práctico de Evaluación Neuropsicológica que proximamente daré en mi centro, he estado reflexionando sobre lo que diferencia a este tipo de evaluación de otras evaluaciones psicológicas.

Los neuropsicólogos nos valemos de la entrevista, de la observación, de test psicométricos, con sus normas de aplicación y corrección, y con sus baremos. Utilizamos escalas de inteligencia y, en etapa infanto-juvenil, pruebas de lectura, escritura o competencia matemática. Incluso, podemos utilizar alguna prueba de dibujo. Toda esta información es valiosa y necesaria, pero para nosotros no es suficiente.

En Evaluación Neuropsicológica el neuropsicológo se dedica a indagar con distintas pruebas, muchas de ellas no estandarizadas, cómo es el funcionamiento de ese cerebro que tiene delante.

Tal y como yo me planteo la evaluación, el objetivo es ir exponiendo ante el evaluado actividades que valoren la funcionalidad de TODO su cerebro.

Es por tanto necesario que nuestra batería de pruebas incluya las tareas anteriormente mencionadas, pero también, y esta sería una de las diferencias con otro tipo de evaluación, pruebas auditivas no verbales, pruebas de tacto, de reconocimiento de rostros, de memoria visual, de asociación auditivo- visual, de orientación, secuenciación y disociación de movimientos, de atención, planificación y ejecución.

El neuropsicólogo, y en esto también nos diferenciamos, no puede evaluar en dos o tres horas. Nuestro trabajo es atemporal. Y, salvando las distancias, al igual que un cirujano sabe cuándo inicia una cirugía, pero no sabe cuándo la va a terminar, el neuropsicólogo no puede calcular cuánto va a durar una evaluación. Podemos hacer una apreciación aproximada, pero no sabemos nunca lo que nos vamos a encontrar. Cuando pruebas que valoran un mismo proceso ofrecen un resultado heterogéneo, dispar, nuestra obligación es indagar, y eso lleva tiempo.

Otra diferencia es la referida a la interpretación de los datos. Los valores en las pruebas los convertimos en luces con distinta intensidad, que iluminan o ensombrecen determinadas áreas del encéfalo. En nuestra evaluación, lo cualitativo es tan relevante como lo cuantitativo. Puede que un sujeto realice de forma brillante los Laberintos de Porteus y que obtenga un elevado cociente a nivel viso-motor. Pero ¿cómo consigue el resultado?¿Cómo resuelve la tarea? ¿Realiza un plan o ejecuta impulsivamente?

Para nosotros, resultados por debajo de lo esperado a una determinada edad en pruebas, sean estas psicométricas o no, indican una posible disfunción en áreas corticales o subcorticales del cerebro. Sabemos que le ocurre a un sujeto que da respuestas perseverativas en el test de Wisconsin; que le ocurre a un sujeto que realiza una figura de Rey distorsionada; o qué le ocurre a un sujeto que ignora un campo visual determinado. Y sabemos lo que implica en el día a día de una persona una disfunción en los lóbulos frontales, en zonas de asociación parieto-temporo-occipitales, o en áreas cerebelosas.

Es frecuente durante la etapa infanto-juvenil encontrar pacientes con disfunciones difusas, es decir, pacientes con varias zonas afectadas que producen alteraciones en distintos procesos cognitivos. Nuestro objetivo, va más allá de rotular con un determinado diagnóstico al sujeto. Nos interesa observar cuales son sus puntos fuertes y débiles, sus luces y sus sombras, para así poder realizar, siendo este nuestro objetivo prioritario, un adecuado plan de intervención.

Por tanto, la evaluación neuropsicológica se distingue de las demás en su variabilidad temporal, en la extensión del protocolo, en la riqueza de las pruebas, en la interpretación de las mismas, buscando la relación entre resultados y áreas encefálicas, y en la obligatoriedad de ir asociada a un plan de intervención que rehabilite o habilite las áreas del cerebro alteradas.

Este trabajo no siempre es bien comprendido. Creo que se debe a que todavía no ha sido suficientemente difundido. Todavía nos persiguen los coletazos de una tendencia psicometrista orientada en etapa infanto-juvenil a situar a los sujetos en una gráfica, sin hacer apreciaciones pormenorizadas de lo que eso significa, sin desmenuzar, indagar, hipotetizar, buscar respuesta al aluvión de interrogaciones que surgen cuando se tiene delante a otro ser humano con algún problema, cualquiera que fuere. Todavía nos siguen los coletazos de evaluaciones basadas en decisiones subjetivas, a veces intuitivas, muy interesante pero, desde mi punto de vista, insuficientes.

Yo creo que ha llegado el momento de que los neuropsicólogos y la evaluación neuropsicológica ocupen un espacio. Nuestra especialidad se merece un lugar. Para conseguirlo no solo deberemos hacer evaluaciones rigurosas, sino también informes neuropsicológicos que especifiquen las áreas cerebrales involucradas en el déficit y la consecuencia que este daño va a generar en la conducta, en la acción del sujeto. Este, creo yo, debe ser nuestro empeño.