los-colegios

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Ayer me comentaba una madre el problema que se le está planteando nada más empezar el curso. Su hijo de siete años con TDAH-I, diagnosticado tras haber realizado la correspondiente evaluación neuropsicológica, y en tratamiento médico, controlado por un prestigioso neuropediatra, es invitado a salir fuera de la clase todos los días. Evidentemente su conducta no se corresponde con lo esperado. Por este motivo el curso pasado a dicha madre se le sugirió que buscara un centro más adecuado para el niño.

Cuando escucho estas cosas me pregunto, una vez más, qué es lo que ha cambiado en nuestra sociedad. Ahora sabemos cómo se llaman los problemas, pero no sabemos qué hacer con ellos.

Una solución sería crear guetos para estos niños, los de las disfunciones cerebrales mínimas, los que nacieron con bajo peso, con síndrome de alcoholismo fetal, o con falta de oxígeno.
También podríamos someterlos durante toda la etapa primaria a cambios permanentes de colegio. De esa manera en la foto de cada año serían retratados con un uniforme diferente y podríamos  conseguir socavar profundamente su autoestima o que, tras unos años de no saber qué hacer para “ser buenos”, decidieran ser malos.
O, por el contrario, podríamos llegar a un consenso y tomar acciones conjuntas que mejoren la vida de estos niños.

Entiendo que sus padres y profesores a veces no sepan qué hacer porque son disrruptivos, impulsivos… Un verdadero incordio. Pero también son cariñosos, creativos, vitales, generosos, divertidos…Así que…aclaremos conceptos.

El TDAH es una disfunción neurobiológica. Sobre esto ya no existe discusión.
Existen datos del trastorno desde hace más de un siglo. A finales del XIX y principios del  XX, ya hay constancia de casos descritos en los que se observan los criterios diagnósticos de lo que ahora denominamos TDA-H. A mediados del siglo XX surge el término Disfunción Cerebral Mínima, para describir a estos sujetos que, siendo inteligentes, no son funcionales en algunos de los procesos cognitivos. A finales de los 70, se edita el informe Warnock, elaborado en la Secretaría de Educación del Reino Unido. Este informe constituye un hito importante dentro del tema que nos ocupa. Establece que existe un continuo en lo que se consideran necesidades educativas especiales. Y en los años 90 a través de las recién nacidas técnicas de neuroimagen, se constata que hay áreas del cerebro que responden de forma deficitaria en este tipo de sujetos.

Aún así, en épocas pasadas el trastorno no era tan frecuente porque los niños no se sobreponían a ciertos factores de riesgo para los que ahora la medicina sí tiene respuesta (por ej. niños muy prematuros).
El trastorno, además, podía no ser tan evidente, ya que los niños no estaban sometidos a jornadas tan largas de colegio y, por supuesto, no tenían que llevarse toneladas de trabajo a casa, no pasaban la tarde copiando enunciados, resolviendo problemas, o aprendiendo palabras en inglés.

Los niños con TDAH son alumnos de necesidades educativas especiales. Pero ¿qué significa esto? Los alumnos de NEE son aquellos que durante un periodo de escolarización más o menos prolongado necesitarán determinados apoyos y atenciones educativas, sobre todo, en lo que a evaluación se refiere.
Bajo el epígrafe Alumnado con NEE de apoyo educativo, sección 1ª, cap.1 del título II de Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación, se recogen las premisas por las que se deberán de regir en los centros educativos para atender a estos niños. Asumiendo normalización, inclusión y no discriminación.
Según este ley, los niños con estas necesidades tienen derecho a tener adaptaciones metodológicas y, cuando sea necesario, curriculares.

¿Qué está pasando? ¿Por qué no se les reconoce este derecho?
Opino que en los colegios debería haber protocolos de actuación ya redactados para el caso de que entrara un alumno de estas características. ¿Qué hacen los equipos de orientación de los centros? ¿Qué medidas toman?

La respuesta más frecuente al problema es “medica al niño”. Perfecto. Mediquemos a todos los niños que lo necesiten, pero eso no va a ser suficiente. Sí necesario en muchos casos, pero no suficiente, insisto.

El TDAH debe ser abordado de forma multidisciplinar. En el equipo deben estar Padres, Profesores, Neuropsicólogo y Neurólogo o Psiquiatra infantil.  Yo siempre digo que si cerramos este equipo en torno a un niño, si cambiamos cada uno lo que tenga que cambiar, si cada uno cumple con su función, el éxito está garantizado.

¿Qué le corresponde a los padres?
Prepararse, formarse, modificar hasta las más arraigadas costumbres heredadas a través de los genes y de la educación. Reflexionar. Proponerse un cambio. Merece la pena. Un hijo es el tesoro más grande que un padre puede tener y luchar para que  salga adelante es la tarea más satisfactoria de la vida.

¿Qué les corresponde a los profesores?
Ser profesionales bien formados, comprometidos con lo “Normal” y lo “Menos normal”. Es un reto tratar a estos niños. Formar parte del equipo que consigue el éxito de estos alumnos.
A lo largo de mis años de ejercicio he conocido profesores que han sido padres de niños con TDAH. Las conversaciones con ellos han enriquecido algunos de mis días. Escuchar a otro ser humano decir “ahora comprendo” es la experiencia más maravillosa del mundo. Los hijos de estos profesionales han servido para que su práctica se modifique, sea más generosa, más empática de lo que era antes. He conocido profesores en congresos, en jornadas, en seminarios. Profesionales como la copa de un pino, deseosos de aprender, investigadores de la docencia, creativos, imaginativos, flexibles, dispuestos a modificar sus criterios.

¿Qué les corresponde a los neuropsicólogos?
Evaluar, diagnosticar, tratar a estos niños y a sus familias. Prepararles para afrontar el día a día, lleno de baches. Explicar, concienciar, preparar, transmitir, dar a conocer las pautas correctas, los recursos con los que contamos.

¿Qué les corresponde a los médicos?
Realizar las pruebas que estimen oportunas para descartar otros trastornos. Corroborar los resultados de los informes neuropsicológicos y, en función de ellos y de los informes de padres y profesores, tomar la decisión de medicar o no medicar, administrar las dosis oportunas de medicación, vigilar el crecimiento de estos niños y el impacto que dicha medicación, necesaria a veces, puede generar en sus organismos.

Creo que con todo lo que he dicho queda clara mi opinión: no tenemos que cambiar a los niños de colegio.