deberes escolares

El otro día, terminaba la jornada hablando con un padre sobre el tema de los deberes.

En prensa hace unas semanas se volvió a activar el debate sobre los mismos. En la puerta de un colegio, en Galicia, madres con los brazos cruzados sobre el pecho, en actitud desafiante, se dirigían a las cámaras de televisión exponiendo su opinión sobre el tema. Con su atuendo «elegante, pero informal», las mallas y los tacones, los carritos de la compra, y la mañana por delante para tomar el cafelito y comentar, se arremolinaban en torno a la periodista de turno que, con preguntas cerradas, de las de sí o no, verdadero o falso, les animaba a contestar escuetamente a la pregunta «deberes o no deberes».  To be or not to be. Ser o no ser, esta es la cuestión. Ser estudioso, ser responsable, ser alguien en la vida. Porque para algunos y algunas, parece que hacer deberes es sinónimo de ser algo más.

La escena de la puerta del colegio me recordaba a los dibujos animados de “Oliver y Benji, los magos del balón”. Esa expresión de rabia contenida, de rivalidad eterna. Quienes vieran esos dibujos de los años 80 sabrán a lo que me refiero. Ojos fuera de sus órbitas, mandíbulas tensas, ceños fruncidos, puños cerrados. ¡Ah! y las aletas de la nariz abiertas, como las alas de un pterosaurio dispuesto a volar.

Igual que en estos dibujos japoneses, las madres divididas, apostadas en extremos opuestos del vallado del centro educativo. Las que lideraban el asunto, más preparadas para hablar, se encontraban rodeadas de sus fans que, acompasadamente asentían a la perorata de su ídolo, moviendo al unísono la cabeza y buscando en la cámara su ratito de gloria. La periodista yendo de un lado a otro, presentando a los pesos pesados, al rin, boxea, discute, confronta.

Pues bien, allí había declaraciones de los padres para todos los gustos. Desde las más contrapuestas, a favor o en contra, a las más moderadas, en las que se proponían soluciones híbridas con deberes diarios, pero escasos. La tibieza es siempre lo peor.

Cuando cada uno defendemos nuestra razón de forma inadecuada, convertimos el debate  en una sin razón. Es muy latino, muy pasional, defender desde la emoción, implicándose en la discusión como si nos fuera la vida en ello. Y yo, que me dedico a la resolución de los conflictos, y que debería abogar por la calma, en este caso, me disfrazo de señora de la puerta del colegio de Galicia, me traslado, me apodero del micrófono, y solicito un primer plano para pedir por favor que se acaben los deberes. Me decanto, me posiciono… ¿Tibieza? No, por favor.

Probablemente mi opinión esté sesgada (mi practica profesional se circunscribe al campo de la psicología clínica y de la neuropsicología y trato a personas con problemas). Pero es la mía y, por tanto, la que debo dar. Y, aunque respeto las voces de quienes defienden los deberes, yo he de manifestarme en contra. Considero que no es más responsable el niño que dedica su tarde a copiar enunciados, resolver operaciones, o memorizar lecciones. Y no creo que la jornada escolar de los niños tenga que ser tan prolongada.

La salida del colegio debe ir asociada al relax. Un tiempo para hacer otras cosas. Un tiempo para practicar deporte, para pintar, escribir, hacer teatro, montar en bicicleta. Un tiempo para jugar, socializarse, imaginar…. Un tiempo para el ocio, no para estar ociosos.

La ausencia de deberes no implica irresponsabilidad, dejadez, o vaguería.

Desde mi punto de vista, durante la jornada escolar hay tiempo de sobra para aprender los objetivos del curriculo. Si no es así, el curriculo está mal planteado. Puede que esperemos de los niños, más de lo que ellos nos pueden dar.

Aproximadamente el 90% del alumnado en etapa primaria, no tiene ningún problema asociado al aprendizaje. Pueden acceder a su currículo, estudiar idiomas, hacer deporte y aprender un instrumento musical. Por qué lo tienen que estar demostrando a todas las horas del día.

Aproximadamente el 10% del alumnado en etapa primaria, tiene algún problema asociado al aprendizaje. Son los niños de las disfunciones. En los centros de neuropsicología, tratamos a diario con una población de sujetos con disfunciones, generalmente difusas, de origen neurobiologico. Niños que en los primeros momentos de su vida se encontraron de frente, se chocaron, con «doña alteración», esa dama estúpida, pariente cercana de la pena, del problema, del déficit, del dolor.  Toparse con ella, les supone durante no pocos años de su vida, una gran incomodidad. Por un lado, para conseguir el mismo objetivo, sea el que sea, deberán hacer un esfuerzo mayor. Por otro lado, están en medio de la nada. Son normales, pero… Les pasa algo. Les falta un hervor. De maduración más lenta, miran con asombro lo deprisa que tienen que aprender. Correr, llegar a la meta a la vez que sus iguales, les resulta penoso. Los más dóciles asisten sorprendidos a la presión. Los más rebeldes consiguen sorprender a los demás, les retan, les hacen frente.

Las disfunciones neuropsicológicas, por leves que sean, suelen repercutir en el aprendizaje. Nos encontramos niños con trastornos de lectura, dificultades de comprensión, problemas en la competencia matemática, déficits de atención, déficits cognitivos, alteraciones en la velocidad de procesamiento, en el movimiento, en el habla, en la capacidad de organización y planificación.

Pues bien, si para todos los niños hacer deberes es un esfuerzo adicional, para esta población que, por distintos motivos, va en aumento, el esfuerzo es extremo.

Los niños de mi consulta, los de las disfunciones, los de los embarazos complejos, los prematuros, los desnutridos, aquellos a los que les faltó el oxígeno al nacer, los que tuvieron bilirrubinemia, alteraciones metabólicas, síndromes de abstinencia, infecciones, tratamientos médicos prolongados, aquellos a quienes sus padres biológicos dejaron en una institución… Todos aquellos que no nacieron “rematadamente mal”, pero si con algún problema, necesitan rampas de comprensión, tolerancia, empatía, respeto, flexibilidad,  protección, seguimiento. Necesitan planes de estudio ajustados a sus peculiaridades,  Necesitan diferencia, adaptación.

Para todo ellos, cerremos el colegio, lo escolar, a una hora determinada. No cansemos a los niños, no les aboquemos a la rebeldía, al descontrol, a la desmotivación, a la baja autoestima, la ansiedad, la fobia escolar, el deterioro social, el fracaso.

Están saciados de saber. No quieren repetir, no quieren dos platos de sopa, ni beberse dos veces la leche. Quieren sus tardes para…????????.

No quieren ser excelentes, quieren poder elegir.

Bueno, mi opinión sobre la debatida excelencia me la dejo para otro momento. ¿Tibieza….? Definitivamente, no.

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