resignacion-o-cambio

images (1)

El otro día escuchaba a un padre, ciertamente afectado por el problema de su hijo.

Lo hacía atentamente, activamente, con empatía. No tiene importancia. Así es como debe escuchar uno a los demás. Simplemente lo comento porque esto, que debería ser lo habitual, no siempre ocurre.

Y en ese contexto, en varias ocasiones, le oía decir que debía resignarse. Entonaba el “Me ha tocado”, lentamente, sin prosodia, con la emoción contenida, mas que sentado en la silla, desparramado, con la mirada perdida… En realidad, no hablaba conmigo, repasaba en voz alta la lección aprendida, escuchaba las voces del pasado:”Hay cosas peores…» Puntos suspensivos.

Y si, evidentemente, siempre hay algo peor. No tiene uno más que conectarse a las noticias para comprobar lo afortunado que es. Palizas a mujeres, explotación infantil, tornados, jóvenes secuestradas obligadas a prostituirse, guerras, paro, enfermedades conocidas y otras, denominadas «raras» de rara solución, divorcios, incomunicación, desarraigo, y miserias… demasiadas miserias. Sunamis…demasiados sunamis.

Pero conocer esta realidad, no debe despistarnos de la nuestra. No se trata de comparar desgracias. A mi me horroriza lo de “lo tuyo no es nada comparado con lo mío”. Esta sociedad compite hasta en los asuntos tristes. Y yo creo que… cada uno con su dolor.

Por favor, seamos compasivos con los dolores de los demás que, por pequeños que nos parezcan, son dignos de ser escuchados.

En nuestra cultura es muy frecuente ir a desahogarte con un amigo, invitarle a un cafe, y salir  con un batiburrillo de emociones negativas:  abrumado por los asuntos del otro y con complejo de culpa por haber cometido el error de pensar que tu problema era importante; rabioso por no haber sido consolado, confuso y temeroso;  o, según el tema de conversación, absolutamente hipocondríaco, palpando compulsivamente todas las partes del cuerpo o mirándote los lunares. Y, al final, para casa, desvelado por el cafelito de marras y cayendo en la autocompasión, amiga íntima de la depresión.

Por lo tanto, y una vez aclarado que lo que duele no se mide, y que lo suyo es escuchar a quien necesita ser escuchado, considero que la siguiente pregunta que debemos hacernos es ¿para qué sirve el dolor? ¿Para qué los problemas, sean estos de la categoría que sean?

Yo creo que las frustraciones nos sirven para mejorar, poner los pies en la tierra, aprender a relativizar, tomar conciencia de los beneficios, y abandonar el talante catastrofista de nuestro discurso.

Los problemas nos sirve para crecer.  Pero el crecimiento es algo dinámico, no es estático.

Cuando alguien, ante una calamidad de las muchas que la vida ofrece, adopta una postura de resignación, no avanza. Se queda igual. Escribe en su guión un párrafo con tachones, negro, sucio. No resuelve, no reflexiona. Es como tomar apuntes sin sentido. Es como copiar textos del pasado.

La palabra resignar, o resignación, que suena más contundente, me evoca gestos, miradas, mandatos no dichos, susurrados al oído de generación en generación. De una a otra, parece como que todo ha sido programado. Las mismas personas que nos trasmiten sus genes, con su temperamento y su forma de procesar las emociones, nos crían, nos mandan los mensajes, hacen la grabación, y… ¡Ladyes and gentelman… la vida es un Cabaret! ¡Que comience el espectáculo!

He crecido en un mundo en el que los mensajes estaban claros en cuanto a su expresión, pero turbios en cuanto a la emoción. Era más bueno el más resignado. Todavía me pregunto por qué.

La resignación implica tragar, engullir, alimentar la rabia, la desidia, la apatía. Las vivencias no sirven para crecer, sirven para acumular. Es el síndrome de Diogenes emocional. Es como si tuviéramos dentro un recipiente lleno de barro, apestoso, de un color no definido, entre marrón y negro.

La resignación es algo antiguo. Me suena a luto, a moño bajo y canoso, a cara enjuta, a expresión contenida. Me suena a falda plisada y medias hasta la rodilla. A pasitos cortos. A ….“no hagas ruido niño”, «los hombres no lloran», «lo que diga tu marido», «no respondas, asume, no pienses, no te rebeles, acepta».

No. Definitivamente no me gusta la resignación. No sirve para nada.

Acumular desgracias, no nos hace más santos, ni mejores. Lo que sirve es aprender a gestionarlas. Que una vez vividas tenga uno la sensación de haber mejorado en algo, de haber aprendido algo.

Que una vez vividas tenga uno la sensación de poder trasmitir un mensaje claro, azul, despejado.

Los problemas, bien llevados, me evocan el mismo placer que una inspiración profunda, llenarse de aire, oxigenarse, estirarse por las mañanas, cerrar los ojos y saludar al sol con una sonrisa.

En terapia frecuentemente las personas hablan de resignarse. “Me ha tocado  esto…” «Lo estoy pasando fatal».» ¿Por qué a mi esta desgracia? «.»Yo no merezco lo que me ocurre».» Ahora que todo iba bien… «. «La vida es un asco…”

Si, pero ¿para qué sirve todo esto?, pregunto una y otra vez.

Prolongar la queja no atenúa el dolor, lo alimenta. Vivir entre la queja y la resignación, no es un juego divertido. Es un juego patológico, y como tal, tramposo, sucio, desgarbado.

Para qué le sirve a este padre del que hablaba al principio sufrir porque su hijo no estudia, o porque le han mandado tres partes de conducta del instituto.

Para que le sirve desvelarse y dirimir dentro de su cabeza el eterno debate «¿Castigo, o permito?».

Para qué le sirve sufrir por los peligros de las nuevas tecnologías, por los peligros de los consumos, o de los absurdos de la alimentación, entre lo mucho y lo poco.

Para qué le sirve a este padre que su hijo esté enfermo, que tenga un trastorno (que cada uno elija, hay cientos) físico o psíquico.

O yendo un poco más allá ¿para qué sirve una madre con Alzheimer, un marido con ansiedad, una mujer con depresión, quedarse sin trabajo, la enfermedad, o la muerte de un amigo?

Debería servir para reconciliarse con la vida.

La palabra reconciliar o reconciliación, que también suena más contundente, lo asocio a sonrisa, caricia, abrazo, achuchón. Aprender a valorar el instante, no desperdiciarlo. No perder el tren del ahora.

Evidentemente, cuando el dolor es muy intenso, cuando la pérdida nos parece infinita, cuando se apaga una vida, cuando despedimos a algún ser querido…, entonces uno tiene que hacer un esfuerzo mayor. Pero es en ese momento cuando nos damos cuenta de tantos y tantos otros no vividos, que por no ser plenos, por estar asociados al pasado o al futuro, se nos pasaron sin pena ni gloria.

Por esto la propuesta es disfrutar del presente. Tomar conciencia, atender plenamente. Difícil si, hay que pelearlo cada día.

Tengo la suerte de pertenecer a una generación que está poniendo cordura y aprendiendo a gestionar su vida, sus emociones. Otras voces dirán con nostalgia que los tiempos pasados fueron mejores. Yo no comparto esta opinión. No fue ni mejor ni peor, fue distinto.

No estoy de acuerdo con un mundo en que el mensaje era “resígnate a tu destino”.

Ahora las crisis personales, los problemas de pareja, los conflictos con los hijos, se trabajan, se abordan, se gestionan. Y la gestión se resume en un renglón: disfruta de cada momento.

En terapia con “Pico y barrena”, como dice la copla española, vamos horadando la piedra. Profundizamos. Bajamos a la mina de nuestras desgracias y extraemos el carbón para poder quemarlo.

Es en las profundidades de nosotros mismos donde más oscuridad y brillo encontramos. Pero tenemos que bajar a buscarlo.

Este trabajo, durísimo trabajo, no tiene nada que ver con la resignación. Es  una acción desde la conciencia plena. Necesita de nuestra voluntad, de nuestra constancia.  Se trata de dedicarle un tiempo a subsanar el error. Y el error nunca esta en la vida cuando lo que nos va presentando nos sirve para crecer.

images (3)