Normalizar la terapia

Normalizar la terapia

Cuentan que, cuando Miguel Ángel terminó El David, después de cincelar aquel enorme bloque de mármol  durante días de intenso trabajo, dijo:  “Estuvo siempre ahí, yo sólo tuve que quitar lo que sobraba”. Esta, como otras anécdotas, no se si será cierta, pero sí posible. Y, al igual que el artista, puede imaginar la obra de arte que se esconde en la piedra , el psicólogo puede imaginar lo que en esencia son las personas que acuden a consulta.

En terapia  intento trasmitir a los pacientes que ellos son, aunque todavía no lo sepan, una obra de arte, y como tal, irrepetibles, valiosos, un regalo para aquellos con quienes comparten sus vidas.

Y esto es para mi la terapia. Ayudar a cincelar, a perfilar, a destacar, extraer, resaltar, aquello que es más perfecto.

La terapia no esta hecha para olvidar. Esta hecha para quitar lo que sobra, lo que no sirve, lo que afea, lo que perturba, lo que empobrece o envilece.

En múltiples ocasiones no sabemos, no podemos realizar este esfuerzo, andamos despistados, desorientados, dando traspiés, cayendo.

En múltiples ocasiones el desaliento, la pena, la rabia, el temor, no nos permiten encontrar las herramientas necesarias para ir mejorando esa obra de arte que somos cada uno de nosotros.

Es entonces cuando necesitamos una guía, un experto, alguien ajeno a nuestra familia, a nuestro entorno, que nos enseñe a recomponer, aquellos aspectos de nosotros mismos que “desmerecen” la obra.

El terapeuta es un ser humano igual a los demás. No es mejor. No es peor. Es el resultado de su propia genética, de sus propias circunstancias.

Idealizar  la figura de este profesional como si de un ser ya “bien tallado” se tratara, es absurdo. Pero lo que sin embargo si es cierto, es que el terapeuta se ha preparado, ha  elegido una profesión que va en una determinada dirección: ayudar, dirigir, encauzar, encaminar….

Cuando mis pacientes acuden a consulta desorientados, con tantas y tan diversas demandas, tristes, ansiosos, preocupados, con fobias que les impiden realizar sus actividades diarias, con la autoestima baja, sentimientos de culpa, o dificultades para afrontar su día a día, pienso siempre en lo mismo: la obra de arte está dentro.

Pues bien, el terapeuta solo no puede, necesita de la colaboración del paciente, de su constancia, de su confianza, de su voluntad. Movilizar todos estos aspectos no siempre es fácil. En muchas ocasiones la resistencia es enorme. Frecuentemente nos encontramos con el fantasma del mensaje recibido: podemos tener una dolencia física, pero no mental. Los asuntos personales o familiares, no se comparten, se sufren.

Es todavía frecuente que las personas oculten su terapia. Reconocer que uno no es capaz de valerse por sí mismo para superar los problemas que desequilibran el ánimo, sigue siendo un tabú.

En el momento actual, es frecuente que  los padres hablen  de los problemas de los hijos con naturalidad. Podemos decir que la terapia en etapa infanto-juvenil se ha normalizado. Los problemas, siempre y cuando estén en el ámbito de lo “normal”, el niño no estudia, tiene dificultades con la lectura, no atiende o es muy inquieto, se pueden compartir con los demás  y es habitual  llevar al niño al psicólogo sin por ello sentirse estigmatizado.

Sin embargo, todavía no hemos avanzado lo suficiente en el terreno adulto.

Podemos reírnos con una película de Woody Allen. Entender que ese sujeto excéntrico acuda a sesiones semanales de psicoanálisis  y que comente con sus amigos, en el Tweenty One de Nueva York,  los progresos que hace. Podemos conmovernos viendo el trastorno obsesivo-compulsivo de Jack Nicholson en «Mejor imposible», o sentirnos perturbados ante la adicción al sexo de Michael Fassbender en la película «Shame».

Salir del cine sabiendo que los demás necesitan ayuda es una cosa,  pero en nuestro contexto socio-cultural, debemos seguir subiendo peldaños para conseguir afrontar que también nosotros podemos necesitarla y que eso no es nada negativo.

Acudir al psicólogo debería ser a estas alturas del siglo, algo más sencillo, menos traumático. El beneficio que uno puede obtener muchas veces es necesario. Por el contrario, no tomar medidas a tiempo puede perpetuar los problemas.

Para mi es una enorme satisfacción observar cómo los pacientes, poco a poco, sin, por supuesto, ser presionados, cada uno a su ritmo, van siendo capaces de expresar con naturalidad que asisten a terapia. Cuando comparten este hecho con sus más allegados, se sienten liberados doblemente: aceptan que tienen un problema y descubren que son lo suficientemente inteligentes a nivel emocional como para intentar solucionarlo. A partir de ese momento, una vez atravesada la frontera de su temor a la crítica, al enjuiciamiento, comienzan a caminar más ligeros. Y conseguir vislumbrar la obra de arte se convierte en algo más sencillo.

Repito, la terapia es quitar lo que sobra, lo que nos hace desviarnos del verdadero plan de nuestra existencia. La terapia no nos enseña a olvidar lo pasado, nos enseña a reconciliarnos con ello, a no anticipar lo futuro y a vivir el presente disfrutándolo, reconociendo el beneficio de cada día.