Son alarmantes los datos recogidos en población infanto-juvenil española acerca del sobrepeso y la obesidad. Alrededor de 26,4% de niños y jóvenes tienen en España estos problemas, sobretodo en estratos sociales medio-bajos.
La obesidad está reconocida como una enfermedad crónica y, como tal, quien antes la contrae tiene mayores riesgos durante el resto de su vida ya que afecta a nivel físico y psicológico.
A nivel físico, los niños ven alterados sus niveles de colesterol y azúcar, pueden tener problemas cardio-vasculares y respiratorios y, así mismo, ver afectado la calidad de su sueño y la movilidad, aspecto que incide sobremanera en su vida ya que les impide participar en juegos, actividades físicas y deportes, alejándoles de las oportunidades de interacción que estas circunstancias facilitan, y promoviendo actividades sedentarias y solitarias que, a su vez, pueden generar desequilibrio psicológico en ellos.
Cuando el sobrepeso no se corrige en la infancia y el sujeto llega en esta situación a la adolescencia, frecuentemente persiste en la etapa adulta, llegando a niveles de obesidad. En esta etapa, según la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), si el Índice de Masa Corporal (IMC), es igual o superior a 30, se considera que la persona es obesa.
A nivel psicológico, podemos decir que el sobrepeso es estigmatizante. Incide sobre el autoconcepto, afectando a la autoestima y, si no es abordado con rapidez, puede generar estados de ansiedad y depresión desde etapas tempranas de la vida.
Pero además, incide sobre el concepto que otros tienen acerca de quienes padecen la enfermedad. Por este motivo, muchos de estos niños y adolescentes son rechazados y descalificados. El impacto que los comentarios negativos acerca de su situación genera en ellos, afecta profundamente a la construcción de esa personalidad que se está formando y la consecuencia es una falta de confianza en los propios recursos, que puede derivar en dificultades más severas del control de la ingesta, llegando en ocasiones a presentar trastornos de la conducta alimentaria.
Según un estudio que hemos realizado en la Unidad de Sobrepeso y Obesidad del Hospital Monteprincipe de Madrid el sobrepeso y la obesidad afecta fundamentalmente a la autoestima de las niñas y jóvenes. En la población femenina el componente estético del problema parece dejar importantes secuelas psicológicas que, a su vez, provocan en ellas estados más severos de ansiedad.
Actualmente es reconocida por la comunidad científica una etiología multifactorial en el sobrepeso. El factor genético y/o neuroquímico puede que estén en la base del problema, pero este edificio no se sostendría si no fuera por la condiciones ambientales que potencian la ingesta elevada.
En los últimos veinte años hemos vivido lo que se conoce como Transición nutricional. Los cambios familiares y sociales, y la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral han modificado los patrones de la alimentación. Por falta de tiempo se hacen frugales desayunos, se acude al recurso de la hipercalórica e insana comida rápida, hay un menor control de la alimentación por parte de los padres, mayor disponibilidad para adquirir comida y bebida inadecuada, abuso de fritos, empanados y bebidas carbonatadas, y/o consumo desmesurado de chucherías (saladas o dulces) asociadas al ocio. Todo ello enlazado a un número bastante elevado de horas ante ordenadores o televisiones, la vida en grandes ciudades, y/o los desplazamientos en coche, constituyen un factor determinante en el incremento del peso de nuestra infancia y juventud.
Pero uno se pregunta ¿quién facilita al niño este tipo de vida?
El entorno familiar juega un papel determinante en el proceso. El camino que va del normopeso, al sobrepeso y de aquí a la obesidad, lo hacen estos niños al lado de padres y/o abuelos que no son capaces de anticipar los estragos que esta enfermedad produce en las personas.
En algunas ocasiones restan importancia al incremento de peso aduciendo que «está por llegar el estirón»; en otras minimizan el impacto del problema mediante la comparación, y siempre hay algún familiar que pasó de gordito a normal; si el niño con sobrepeso es ágil, padres y abuelos dirán «mientras que se mueva basta»; y, en las familias donde ya existe el problema, puede que incluso la percepción del mismo esté alterada, no considerando que el niño está tan gordo, ni que come tanto porque para ellos es normal lo que en realidad es una enfermedad grave.
En otras ocasiones la familia «elige» la dirección contraria. Las familias restrictivas con la alimentación, obsesionadas con la imagen, se avergüenzan del sobrepeso de los niños y resuelven restringiendo sus alimentos y, en muchas ocasiones, haciéndoles comentarios vergonzantes que dejan secuelas en sus vidas.
¿A qué conclusiones llegamos tras estos datos y reflexiones?
- En primer lugar decir que no se puede iniciar un programa de adelgazamiento de un niño sin intervenir sobre la familia. Facilitarles información y ayuda para que cambien sus patrones de alimentación. Se trata de iniciar un trabajo de corte sintético en el que todos los componentes del niño obeso estén implicados.
- Y, en segundo lugar, me gustaría dejar constancia de lo importante que es trabajar con las madres que presentan sobrepeso y obesidad desde antes de estar embarazadas. Se podría utilizar el periodo de la gestación para concienciarlas: preparación al parto, preparación para los cuidados del lactante y preparación para prevenir los problemas derivados del sobrepeso y la obesidad en sus niños, candidatos a padecerlo.