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Es preciso que de vez en cuando nos paremos a pensar en los niveles de ansiedad y estrés por los que atraviesan los profesores de nuestros hijos.

Estadísticas recientes muestran el incremento de esta patología en la población adulta general y, dentro de esta, se considera que los docentes son una de las profesiones en riesgo de padecer ansiedad o angustia.

En contra de la creencia generalizada sobre la calidad de vida de maestros y profesores, estas personas, en cuyas manos está una parte de la educación de nuestros niños, viven muchas veces la frenética vida de las aulas con sus propias vidas alteradas. Diferentes estudios indican que dentro del mundo de la docencia existen niveles de estrés y angustia elevados que pueden degenerar en cuadros de ansiedad: trastorno de ansiedad generalizada, crisis de angustia, trastornos obsesivos, o. síndrome de burn-out.

¿Cuáles son las causas del problema?

  1. Para que se llegue a niveles de ansiedad elevados es preciso que las circunstancias ambientales, iguales o parecidas para todos los profesionales, se unan a un perfil de mayor vulnerabilidad emocional de un docente concreto. Es decir, hay personas con una mayor probabilidad de que los acontecimientos del día a día les afecten de una forma específica.
  2. Pero además de esa vulnerabilidad, existen una serie de acontecimientos que están socavando la estabilidad de muchos profesionales.
    Los constantes cambios en las leyes educativas generan en la mayoría de los profesores sensación de «no control» en el trabajo.

Las interferencias en la labor docente de voces no expertas que tienen decisión sobre las decisiones de los docentes. Es decir, de educación todo el mundo opina, todo el mundo tiene algo que aportar. Este hecho en sí mismo pone en tela de juicio el valor de la profesión de educador, generando un nivel de frustración en los profesionales.

La incertidumbre sobre sus funciones es otro de los factores estresantes en el entorno escolar. Los profesores no son psicólogos clínicos, no están especializados en trastornos, no tienen por qué saber tratar todos los problemas. Esto no quiere decir que no lo puedan hacer, quiere decir que no es su función.
En los últimos tiempos el aumento enorme de patologías o cuadros clínicos de distinta índole, ha llevado a los profesores a tener que multiplicarse dentro del aula. Aulas, muchas veces sobrecargas, en las que tenemos alrededor de un 7% de niños con dificultades. Si además una de las dificultades es un trastorno en la conducta, el docente mientras que enseña a leer a veinte niños, tiene que atender al que no atiende, corregir al que transgrede las normas y, en su caso, hacer el regalo del día del padre, porque toca. La verdad, es normal que estén estresados. Necesitan ayuda.

La propia implicación de su cargo es otro factor a tener en cuenta. En la actualidad los docentes tienen que rellenar demasiados formularios. Se convierten algunos, en administrativos que tienen que tener al día una serie de impresos que la comunidad de turno exige a los centros y que estos a su vez exigen a sus profesores.

La necesidad de tener que estar siempre rindiendo cuentas sobre el propio trabajo es verdaderamente angustioso para muchos. Se cuestiona el criterio del profesor de forma constante. Evidentemente habrá, como en todas las profesiones, personas con un criterio equivocado o una forma de imponer o expresar sus razones que se convierta en una sinrazón, pero no será en la mayoría de los casos. Este factor está socavando la autoestima de muchos profesores que, con sus luces y sus sombras, intentan ejercer con el máximo de profesionalidad.

Al hilo del párrafo anterior, el estar frecuentemente expuestos a las críticas de padres, niños, u otros compañeros, genera en estas personas más vulnerables un estado de alerta sostenida que les lleva a momentos de angustia y ansiedad. Se sienten en el punto de mira, juzgados, analizados.

Las constantes reuniones no remuneradas hasta altas horas, los tiempos limitados para trasmitir los conocimientos, ajustándose a unos calendarios con desequilibrio entre lo que tienen que enseñar y los días que cuentan para ello, con sus actividades extraescolares, sus ejes trasversales, sus proyectos o sus rincones. Esta situación les hace, a aquellos que tienen una cierta desprotección en lo emocional, a sentirse como el Conejo de Alicia en El País de las Maravillas. Y así yendo con prisa de una actividad a otra, de una reunión a otra, de una tutoría a otra, viven el día a día con un nivel de estrés para el que no están preparados.

Otro componente que puede incidir sobre la calidad de vida emocional de nuestro docentes es la falta de relevancia social. Antes el maestro era una persona respetable y respetada, ahora no. En dos generaciones hemos pasado de ponernos de pie y hacer una reverencia al profesor, algo que está obsoleto y que no sería en nuestra sociedad actual congruente, a tener entre el alumno y su profesor un nivel de cercanía que asfixia. Algunos niños no discriminan, los tratan como iguales, por eso no les permiten poner límites. No marcar la diferencia lleva a nuestros niños y jóvenes a sentir que no la hay.

Todos tenemos en la memoria al profesor que más nos ayudó, que más nos enseñó, con el que fue más fácil aprender, y ninguno de ellos fue nuestro amigo. Fue nuestro mejor profesor. Espero que esto que digo no suene a algo trasnochado y retrogrado porque yo no soy ni lo uno ni lo otro. Sin embargo, opino que no podemos enseñar un camino claro a nuestro alumnos si no lo jalonamos con las señales adecuadas.

Pero la cosa no queda ahí. El docente se tiene también que adaptar a las nuevas tecnologías. Silencon Baley se nos ha venido encima con todo su cableado y, para todo el mundo desenredarlo no es igual de fácil. Yo, por supuesto, estoy totalmente a favor de todas estas impresionantes y maravillosas máquinas que nos hacen la vida más sencilla, pero no deja de ser otro aprendizaje más que tienen que incorporar los profesores.

Este otro factor, también identificado como un avispero de problemas, es la propia competitividad entre docentes. Siempre, en todos los contextos laborales, hay alguno que sabe más, es más capaz, está más preparado y puede que también sea más competitivo. El trepa también existe en todas las profesiones. Y, por supuesto, está el que no hace nada, el que lo deja todo en manos de los demás, el quejica y el incompetente. Así que por qué negarlo, también lo encontramos entre los profesores y son figuras muy dañinas para el resto de sus compañeros.

Y todo esto que describo, en inglés. Es imprescindible el aprendizaje de este idioma, nadie lo duda, pero ¿a costa de la propia estabilidad del profesorado?. Si no sabes inglés perfectamente no eres nadie. Es más, la política de contratación de la Comunidad de Madrid para este curso en el que estamos era la de incorporar a «nativas» en los colegios, aún a sabiendas de que nuestras «nativas», no serán bilingües, pero muchas de ellas hablan un correcto inglés y puede trasmitir bastantes conceptos a sus alumnos. Y, sobre todo, qué es esto de que los niños tengan que aprender hasta los huesos del cuerpo en inglés. Me parece absurdo, la verdad. Pero no es el tema.

El profesor brillante es el que capta la atención de todos sus alumnos, los motiva, los hace creativos, responsables y educados. Difícil tarea. Enorme y desproporcionada con los medios que, en muchos centros tienen los docentes. Hay que decir que el nivel de exigencia que tienen los profesores es frecuentemente desproporcionado con el nivel de recursos con que cuentan.

Otro factor que merma la competencia emocional de algunos docentes y les pone en riesgo de padecer ansiedad y depresión es la sensación de tener que estar siempre reciclándose. Todos los profesores saben que tienen que hacerlo, pero no se les debería exigir que lo hicieran siempre en horas no lectivas. La preparación de los docentes es el futuro de los niños, pero ellos también tienen hijos a quienes cuidar. ¿Donde está la conciliación familiar de las profesoras? Después de su larga jornada, si se quieren poner al día o mostrar interés por la profesión para que el trepa de turno no les pise el cuello el próximo curso, tienen que decidir que sus hijos se queden con abuelas o cuidadoras. Muchas de estas profesoras se preguntarán ¿yo que hago aquí? Es obligado aprender y reciclarse, pero en los centros se deberían tener más en cuenta los horarios, establecer turnos de tal forma que todo el mundo recibiera la formación dentro de su horario. No se, se me ocurre que esto mejoraría la vida de, al menos, los hijos de los profesores.

Otro tema que me parece importante es el del prestigio social. Los profesores de universidad valen mucho, los de bachillerato más o menos, los de secundaria, los de primaria..y cuando llegamos a los de infantil: ya no hay prestigio. Pues para mi, las buenas profesoras de infantil son la cuna en donde se mecen nuestros pequeños niños con jornadas laborales de adultos. Se debería cuidar a este profesorado como oro en paño. Darles el puesto que se merecen dentro de la sociedad en general y de la comunidad educativa en particular. Esta es, a mi juicio, una asignatura pendiente. Un niño que hace una buena etapa infantil, que pisa seguro porque su profesora le aporta seguridad, respeto hacia sí mismo y hacia los demás, es un niño con probabilidades de amar el aprendizaje. Un niño que tenga la sensación de que su «profe» o su «seño» son las personas más maravillosas del mundo «después de mamá, claro» será un buen candidato para el mundo escolar, adaptado y motivado hacia su entorno.

Desde aquí quiero hacer un homenaje a todas las profesoras de infantil que he conocido en mi vida con verdadera vocación. Yo todavía recuerdo a «mi señorita Marina», fue un amor para mi vida. Pero también quiero desde aquí hacer un llamamiento a los directores de los centros para que no permitan que alguien que no tenga verdadera vocación esté con nuestros párvulos, pueden deteriorarlos de forma muy lesiva.

Y, por último, otro factor que hay que nombrar y que muchos profesionales trasmiten, es la sensación de no percibir un salario injusto. Esto, como siempre que se habla de dinero, es cuestionable. Nadie valora el trabajo de los demás en su justa medida y todo lo que nosotros no hacemos nos parece caro y bien pagado. Sin embargo, es frecuente esta queja entre los docentes por el número de horas que necesitan. Muchos de ellos no desconectan y tienen, por ejemplo, que seguir corrigiendo exámenes cuando llegan a casa.

Frecuentemente, como consecuencia de todas estas circunstancias, encontramos cuadros de ansiedad entre los profesores, sobre todo entre aquellos que, como dije al principio, tienen un componente de vulnerabilidad que les hace estar en una mayor situación de riesgo. Muchos de ellos desarrollan úlceras, tienen migrañas, y dolores tensionales. En casos más graves empiezan a tener síntomas fónicos. Acudir al aula cada día se convierte en algo difícil de soportar. El extremo sería el caso del docente con fobia escolar, miedo a ir al aula. Esta sensación tiene, a su vez, repercusiones sobre su conducta. Y, por supuesto, está el síndrome de burn.out.

El profesor quemado puede llegar a ser un grave problema para niños que, a su vez, sean vulnerables. Por tanto, yo desde aquí propongo: cuidemos a nuestro profesorado.

Esquema de ansiedad