Según datos proporcionados por don Antonio Cano Vindel, catedrático de la Universidad Complutense y presidente de la Sociedad Española para el estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), España es el segundo país de nuestro entorno, después de Portugal, en consumo de tratamientos farmacológicos para la ansiedad.
Son muchas las personas que acuden a los centros de atención primaria en busca de un remedio eficaz e inmediato para solucionar alteraciones del sueño, sensación de fatiga, malestar, nerviosismo, preocupación… La mayor parte de estas personas padecen estrés. Pero el estrés no es una enfermedad, es una reacción ante los acontecimientos del día, una interpretación de lo que sucede, que puede degenerar, o no, en un cuadro de ansiedad.
Pues bien, dichas personas generalmente encuentran el remedio a su estrés y salen de los centros de atención primaria con su receta en el bolsillo.
En una entrevista para la radio, un periodista preguntaba a don Antonio Mindel sobre la falta de criterio de aquellos que administran el fármaco. La respuesta del catedrático fue contundente y según él, no son los facultativos los irresponsables. La irresponsabilidad es de las autoridades sanitarias que no están tomando otras medidas.
La alternativa de la prevención, utilizada en los últimos años en Inglaterra como tratamiento estrella para este tipo de dolencias, está muy lejos de activarse en España. Se elige más bien la vía rápida, aún a costa de generar un elevado agujero en las arcas de la Sanidad española.
Según datos del estudio presentado en el X congreso de la SEAS (y cito de otra fuente)
«el consumo medio de tranquilizante en nuestro país por cada 1.000 habitantes supera en un 214,2% el máximo recomendado y el uso de antidepresivos ha aumentado un 227% en los últimos 12 años.»
Estas cifras merecen una reflexión. Y una vez más deberíamos hacerla. Se están metiendo en el mismo saco los problemas de la vida y los problemas de salud mental.
Cuando se realizan evaluaciones con medios adecuados (test psicométricos) observamos que muchos de los pacientes que han obtenido un medicamento a través de su médico de atención primaria, no cumplen con uno solo de los criterios diagnósticos mediante los cuales determinamos el problema. En gran parte cumplen con el criterio diagnóstico de «no puedo soportar los problemas del día a día, tengo preocupaciones laborales, discrepancias familiares, no duermo y todo esto es para mi lo mismo que un problema mental».
Dice el doctor Cano:
«los trastornos de ansiedad y depresión registraron una prevalencia del 6,2% y el 4,4% respectivamente en 2013. Sin embargo, entre las personas que acuden a su centro de salud de Atención Primaria, la prevalencia de los trastornos de ansiedad y depresión en el mismo tiempo ha sido del 18,5% y del 13,4% respectivamente durante el mismo espacio de tiempo.»
Es decir, se ha tratado con medicación a un 31,9% de la población en lugar de hacerlo con un 10,6% de la misma que, según los datos, serían los casos reales.
Todos estos casos son atendidos en consultas de Atención Primaria en donde no se les puede ofrecer a los pacientes la posibilidad de elegir tratamientos psicológicos porque esta opción no existe.
En el nivel Atención Primaria los psicólogos clínicos brillan por su ausencia. Tenemos cada vez más promociones de profesionales adecuadamente formados que no encuentran trabajo. Quizá la Sanidad española se debería de parar a hacer cuentas. Se sabe y está científicamente demostrado que los tratamientos psicofarmacológicos no solucionan el problema. Es más beneficiosa la psicoeducación. Crear grupos de pacientes que en las Unidades de Atención temprana aprendan estrategias compensatorias para su dolencia emocional podría ser a la larga más efectivo.
Nadie puede negar que se tarda menos tiempo en recetar que en educar, pero esto suele ser pan para hoy y hambre para mañana. Al final, el paciente repite, termina haciéndose tolerante a la medicación, pospone el momento de dejarla y se convierte en alguien farmaco-dependiente.
Los problemas emocionales se abordan con calma, dedicándoles tiempo, en un contexto de comunicación y de apoyo.
La propuesta desde la psicoterapia cognitivo-conductual se basa en el entrenamiento para:
- Aprender a no magnificar, dramatizar o personalizar sobre asuntos de la vida.
- Aprender a no focalizar sobre aspectos concretos de la vida y tener una visión más amplia, centrada en lo presente.
- Aprender a identificar los verdaderos problemas, y reinterpretarlos desde nuestro adulto interior, relativizando, buscando soluciones, tomando decisiones, siendo proactivo.
Y todo ello, valiéndonos de técnicas que han mostrado en estudios neurofisiológicos los beneficios que generan sobre nuestro equilibrio: técnicas de relación, respiración profunda, yoga y ejercicio consciente.