Hay un tema del que por diversos motivos me vengo preocupando y ocupando desde hace unos años, es el tema de la hiperactividad, esa interrogación enorme en la que actualmente se incluyen tantos y tantos casos de niños cuyo comportamiento no acertamos a comprender.
Hay que diferenciar con mucha exactitud. Debemos saber que una cosa es ser un niño activo y otra muy distinta ser hiperactivo. El niño activo se mueve con una finalidad determinada, se mueve en una dirección. El niño hiperactivo, simplemente se mueve, actúa por impulsos.
Actualmente se sabe que esta disfunción está afectando alrededor de un 5 % de la población infantil. El problema nace con el niño, pero por lo general, se detecta en el ámbito escolar. Es allí donde empiezan a parecer esos primeros síntomas, los que crean la alarma. Los profesores comienzan a llamar a los padres: “mire usted su hijo no atiende nada en clase”, “mire usted, su hijo no para ni un momento, molesta a los compañeros…” y un largo etcétera de quejas de este tipo.
Las reacciones de los padres no se dejan esperar, y dependiendo del estilo de normas educativas que profesen, serán más o menos rígidos para atajar el problema, un problema del que no saben nada, del que, a veces, se sienten culpables y ante el que están desorientados.
Lo que estos padres y profesores no saben, es que están ante un niño diferente. Si, sus rasgos no son diferentes, su inteligencia es normal, y, a veces, superior; es su comportamiento lo que no se ajusta a nada que ellos puedan comprender.
Los niños con trastorno de atención con hiperactividad, no son así porque lo hayan elegido, porque les guste fastidiar o porque se levanten cada día con el único objetivo de amargarles la existencia aquellos que le rodean. Su trastorno tiene una causa, una etiología de tipo fisiológico, han nacido con un pequeñísimo “defecto de fabricación”, del cual ellos no son responsables, ni tampoco aquellos que lo han concebido o aquellos que se ocupan de su formación a nivel académico.
De lo que si son responsables tanto sus padres, como sus maestros, es de no saber tratarlos de la forma adecuada. Por este motivo, podemos decir sin temor a exagerar, que estos, son niños muy maltratados, muy incomprendidos.
Pasan unos años, esos que son tan decisivos para el sano desarrollo de la personalidad, siendo castigados, recriminados, o dejados a su libre albedrio, desorientados. De esta manera crecen con la autoestima cada vez más lesionada; con un fracaso escolar generalizado; tratando de controlar sus impulsos y fallando en el intento una y otra vez; tratando de alcanzar metas que cada vez le son más difíciles de conseguir.
Estos niños, por tanto, necesitan de nuestra ayuda. El esfuerzo para mejorar su vida depende de todos. De la adecuada información de los padres, de la adecuada formación de los profesores, y también de las autoridades competentes. Es necesario que estas se sensibilicen con un problema que afecta a tantas familias y que se tomen medidas a nivel educativo que faciliten la vida escolar y en consecuencia familiar, de todos estos niños que tan mal lo pasan cada día. Ellos son inteligentes, sensibles y cariñosos y nuestro deber como padres y educadores es ayudarles a que potencien todas sus cualidades en un ambiente adecuado para la sana formación de su personalidad.
Debemos aceptarlos como son, no como queremos que sean.