En un artículo del Periodico El Mundo, leo, por recomendación de una de mis compañeras, una entrevista realizada a Catherine L´Écuyer, investigadora canadiense afincada en España y dedicada a la educación infantil.
Leyéndola, una vez más me pregunto ¿cómo es posible que esto esté ocurriendo en España? Parece que no escarmentamos. Somos persistentes en el error. Vemos los resultados, el lugar que nuestros escolares ocupan en Europa, pero no cambiamos la metodología, no reformulamos los objetivos, no retocamos o readaptamos los procedimientos.
La mencionada entrevista me ha interesado porque encuentro respuestas y explicaciones relacionadas con eso que yo llamo «el divorcio entre la ciencia y la docencia». Saber más sobre el cerebro y su maduración, no ha influido en los programas educativos. Y ahora encima las largas jornadas de niños haciendo fichas en preciosas sillitas de colores, son combinadas con el manejo exagerado de las nuevas tecnologías.
Ya hay muchas voces entre docentes interesados en neuropsicopedagogía, investigadores de aula que observan los errores y no comparten los métodos, solicitando un cambio.
Los cerebros de los niños en la etapa infantil no están preparados para leer o escribir, están preparados para moverse, para conocer el mundo que les rodea a través de su actividad, para manipular objetos, experimentar con sus acciones, observar las consecuencias de las mismas, autorregular su conducta motora y adecuarla a las circunstancias. Están preparados para crear, para imaginar, para establecer comunicación con sus iguales, aprender las habilidades sociales necesarias para la vida, contener su impulso verbal. Preparados para agudizar sus sentidos, descubrir matices, brillos, colores, texturas, magnitudes, cantidades. O para adquirir conciencia fonológica, discriminar sonidos, aprender ritmos, cadencias, melodías.
Los niños de infantil deben recorrer las aulas sin tropezarse con mesas y sillas, utilizar espacios abiertos, cálidos, cómodos, donde poder saltar, correr, incorporar conceptos espacio-temporales, determinar su lateralidad. Espacios donde madure sin problema su esquema corporal, la coordinación y disociación de sus movimientos, el equilibrio… El equilibrio físico y psicológico se adquiere moviéndose. Insisto: el niño descubre el mundo moviéndose.
Pero en lugar de todo esto, que es lo que genera las bases de los aprendizajes instrumentales, los niños de infantil permanecen durante largas jornadas más bien abocados a la vida sedentaria.
Dice Catherine L´Ecuyer: «El proceso de aprendizaje se hace desde dentro hacia fuera. Si suplantamos la estimulación natural del niño con estímulos desde fuera hacia adentro, sustituimos su proceso natural de descubrimiento del mundo y anulamos su capacidad de asombro. El niño se vuelve pasivo y llega un momento en que se hace adicto a la sobrestimulación».
¡Qué gran verdad!….
Y continúa diciendo: «Parte del problema es que los padres de ahora saturan a sus hijos desde que son bebés con aplicaciones para tabletas, idiomas y todo tipo de actividades que les apartan del juego, la naturaleza y el silencio. Todo ello les causa una «sobrestimulación» que atrofia su capacidad de interesarse por el mundo y les predispone a la apatía y al fracaso escolar».
Como podemos observar no deja cabos sueltos. La reflexión no es solo para docentes, sino también para los padres. Es una reflexión, creo yo, para toda la sociedad.
Pero la entrevista va más allá, habla también de los deberes en la etapa primaria.
En alguno de mis anteriores artículos hacía un llamamiento sobre este asunto. En consulta, raro es el día que no oigo a algún padre lamentarse de los deberes de sus hijos. Yo solamente les digo: ¡Cambiadlo!
La mayoría de las cosas que nos ocurren en la vida es porque las permitimos. Y yo me pregunto: ¿Por qué los padres consienten que sus hijos hagan jornadas tan largas? ¿Cuándo tienen tiempo los niños para no hacer nada? ¿Cuándo se relajan?
Estoy totalmente de acuerdo con Catherine L´Ecuyer: «Cuando los niños juegan encuentran retos que se ajustan a sus capacidades y ahí es cuando aprenden de verdad. En primaria no es normal que lleven mochilas que pesan más que ellos y que pasen cuatro horas con tareas que no son para su edad».
¡Dios mio qué estres! ¡Pobres niños! Ellos no pueden decidir, dependen de sus mayores, de los gobernantes que redactan las leyes, de las equivocaciones de adultos que quizá de pequeños tampoco jugaron. El juego es la antesala de la creatividad, y la creatividad, capacidad para buscar alternativas, resolver conflictos, enigmas, problemas, es un matiz de nuestra inteligencia. Mediante el juego aprendemos a tolerar la frustración, a ser flexibles cognitivamente, a supervisar nuestras acciones y anticipar las consecuencias de las mismas, aprendemos a inhibir y a tomar decisiones. ¿En qué momento del día van a poder hacer todo esto nuestros ocupados escolares si los pobres no se desprenden de las agendas, las mochilas, los cuadernos, las obligaciones? El juego es el mejor vehículo para hacerse grande.
Yo si jugué. Perdonad este final nostálgico. Me socialicé patinando, montando en bicicleta, jugando a pídola, al clavo en el barro de la calle cuando llovía, tirándome por rampas empinadas, aprovechando las escaleras para jugar a «estrellas, sol y luna». En los bolsillos llevaba canicas, peonzas, piedras extrañas. Jugaba a balón prisionero, al rescate, y a «un, dos, tres…escondite inglés». Y en invierno, cuando hacía frío, me reunía con mis amigas en casa, aprendíamos canciones y nos disfrazábamos creando mundos en donde dejábamos los conflictos. Esto lo pude hacer a la vez que aprendí a leer y a escribir, algo que fue un auténtico placer.
Cuando Serrat presentó su canción de «Esos locos bajitos» dijo: «hay cosas que los adultos, con esas tijeras raras, vamos cortando a los niños». No les cortemos su tiempo de APRENDER.