Reflexion sobre farmacos

Reflexion sobre farmacos

Hace unos días se han publicado unos datos sobre el consumo de fármacos entre la población española. Según la  Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria los españoles, a partir de los 65 años, utilizan a diario ansiolíticos e hipnóticos en una proporción de uno por cada seis. De estos fármacos el 90% son benzodiacepinas. Estos famosos medicamentos que terminan en «PAM», comercializados desde mediados del siglo pasado por los laboratorios Roche,  actúan sobre el sistema nervioso, concretamente sobre el sistema límbico, centro de las emociones, y sobre las áreas implicadas en el sueño.

Las benzodiacepinas pueden producir adicción, es decir, pueden llevar a los pacientes a considerar que sin ellas su existencia no es posible. Producen un efecto de relajación y aletargamiento, en ocasiones pueden afectar al equilibrio y siempre afectan al nivel de arousal o alerta. 

En el citado congreso también se han comentado los efectos secundarios de estos tratamientos y cómo alteran los procesos cognitivos. Estos con el paso de los años se van deteriorando, pero el consumo de benzodiazepinas acelera el proceso de deterioro, afectando a la atención y a la memoria inmediata.

Y lo más preocupante es que gran parte de esas personas que aparecen en el estudio hacen una vida normal: utilizan ascensores, escaleras mecánicas, transportes públicos y, ¡oh que horror!, muchos de ellos conducen por nuestras carreteras. Camioneros, motoristas, conductores estresados a los que su médico les administra este remedio sin considerar adecuadamente las consecuencias.

En el estudio de la SEMFC no queda claro que el fenómeno del exagerado consumo de psicofármacos se deba a los actuales problemas socio-laborales. Según mi humilde opinión no debemos caer en la tentación de suponer que la crisis económica está directamente relacionada con  este problema ya que el abuso se viene presentando desde hace tiempo. Se ha normalizado el medicamento, los  tratamientos  se administran con facilidad y de forma prolongada. Sería lógico pensar en su utilidad por un corto periodo de tiempo, pero qué pasa con esas dependencias, esa falta de seguridad que genera no consumirlo.

El psicofármaco se administra por los motivos más variopintos. Es frecuente que las mujeres como consecuencia de la menopausia, los trastornos de sueño subyacentes, los sofocos y la preocupación por el paso del tiempo, acudan a su médico de familia presentándole un panorama desalentador que induzca al profesional a recomendarle el medicamento. «Ve a que te den algo» , se dicen unas a otras. Es así mismo frecuente que se administre a señores estresados por el constante ir y venir, los atascos, las reuniones y tensiones del trabajo, la falta de sueño. «Voy a que me den algo porque si sigo así me va a dar un infarto».

Pues bien, aunque pueda parecer lo contrario, yo no estoy en contra de los tratamientos médicos. Me parecen correctos, pero incompletos.

La vía fácil es tomar la medicación, entrar en un estado de semiplacer, semitodomedaigual, semipaso. La vía adecuada es la del esfuerzo, la reflexión, la consolidación de nuevos hábitos de vida. Analizar las causas más profundas del problema. Esto solamente se consigue a través de la psicoterapia.

Creo que ningún paciente debería salir del despacho de un médico con su receta bajo el brazo y sin la receta principal: cambiar, modificar, reestructurar el pensamiento, la conducta.

La psicoterapia es imprescindible en el proceso de estabilidad del ser humano que ha llegado a sentirse tan mal como para tener que tomar un medicamento. Y desde aquí quiero hacer un llamamiento a todos aquellos que recomiendan fármacos, se automedican o los recetan con cierta facilidad, para que consideren que esto no modifica el problema, sino que suele generar uno mayor.