En los últimos años se ha visto enormemente incrementado el número de niños con dificultades en la autorregulación de la conducta.
Debido a alguna alteración en el neurodesarrollo, dentro de la población infanto-juvenil existen entre un 7 y un 10% de sujetos con distintas dificultades. De ellos, un porcentaje difícil de determinar tienen alteraciones en la conducta.
Cuando tenemos delante un niño impulsivo, indómito, rebelde, que nos reta, o nos desafía, conviene actuar de la forma adecuada, porque tienen un trastorno neurobiológico que les impide o que ralentiza su capacidad de incorporar pautas.
En estos casos es conveniente iniciar programas de entrenamiento para sus adultos de referencia, con la finalidad de reflexionar sobre la educación.
¿Qué objetivo nos proponemos al realizar este tipo de programas?
1.- Que el padre y la madre se comprometan con el proceso de rehabilitación. No va a ser suficiente con que uno de ellos se implique. Los niños con problemas de comportamiento necesitan crecer en un entorno autorregulado y esto requiere un esfuerzo por parte de padre y madre. Deben ser constantes y coherentes. Una vez aprendidas las pautas, aplicarlas sin fisuras, estando de acuerdo y dirimiendo sus diferencias en privado, donde los niños no puedan intuir que existe desacuerdo entre ellos.
2º.- Que el padre y la madre aprendan a modificar patrones de conducta inadecuados para los niños.
Algunos padres intentan aplicar métodos educativos que han constituido la base de su educación.
¿Cuáles son los tipos de padres que no sirven para educar?
Padres autoritarios, inflexibles, arbitrarios, con normas de conducta estrictas, rígidas, con castigos severos y desproporcionados que, a veces, van acompañados de hostilidad verbal o maltrato físico.
Padres sobreprotectores que no permiten madurar a sus hijos, que les «salvan» de afrontar sus errores, que no les permiten experimentar la frustración, y, liberandoles de toda responsabilidad, les resuelven el día a día, consiguiendo que sus hijos se vuelvan intolerantes y caprichosos.
Padres permisivos, blandos, desinteresados, que lo dejan todo al azar y no ponen límites, no recomiendan, ni dirigen, solo miran y vuelven la mirada en otra dirección, que generan sujetos indolentes, perezosos, sin capacidad de afrontar, organizar, planificar.
Y, por supuesto, padres inestables que teniendo ellos mismos desequilibrios, ansiedades y problemas de personalidad, no ponen los remedios adecuados y perpetúan el error.
Evidentemente, la mayoría de los padres no siguen estos modelos inadecuados. Pero sí es frecuente que, ante el problema de tener un «hijo con problemas» los padres oscilen de unas a otras pautas y pierdan en numerosas ocasiones el rumbo. Por ello conviene aprender, reflexionar, aclarar conceptos.
3º. – Que el padre y la madre aprendan a tomar decisiones y conozcan las consecuencias de los errores educativos cometidos en etapas tempranas.
En los centros clínicos los profesionales encontramos frecuentemente padres abatidos, malhumorados, desilusionados, desorientados, frustrados, asombrados ante la conducta de sus hijos. Padres que se sienten ineficaces, que, no sabiendo qué hacer, van acumulando errores. Saltan de una pauta a otra y no obtienen resultados. A estos padres cansados, desgastados, que sienten mutilada su intención de hacer bien las cosas. A estos padres «víctimas» de unos niños difíciles que no saben manejar, que les ponen en ridículo en situaciones familiares, que son imprudentes, o que se meten en líos, les conviene visualizar el futuro.
Evidentemente, no se trata de angustiar, se trata de resolver conflictos. Y cuanto antes se empiece mucho mejor. Los límites deberían estar bien establecidos antes de los ocho años. Esto mejora el futuro. No se debería entrar en la preadolescencia sin haber sentado las bases de la educación. No se trata de tener niños estatua, ya sabemos que esta población de sujetos de los que hablamos son impulsivos e indómitos, pero con la guía correcta ellos pueden aprender hasta dónde llegar.
«Niños pequeños problemas pequeños. Niños grandes problemas grandes». Este dicho popular es una gran verdad. Las vidas siempre tienen solución, pero conviene prevenir porque la adolescencia llega a estos niños cargada de situaciones que no saben controlar. Ante ellos se abre un mundo de posibilidades y lo ideal es que sepan, antes de que llegue este momento, qué pueden y qué no pueden hacer.
*** Por tanto: compromiso, modificación y decisión.
Estas serían las bases de mi propuesta para el tratamiento de los padres. Yo estoy a favor del esfuerzo. Banalizar no es la solución. Si un niño tiene problemas hay que actuar. Y si soy un padre de un niño con problemas de conducta conviene que me empiece a hacer algunas preguntas:
¿Conozco con rigor el problema de mi hijo? Y desde el conocimiento:
- ¿Cambio mi forma de hablarle?
- ¿Soy más paciente con él-ella?
- ¿Soy un buen ejemplo, un modelo de autorregulación?
- ¿Me doy instrucciones a mi mismo-a antes de actuar?
- ¿Me paro a pensar antes de descalificarle, darle un pellizco, o exigirle sin freno?
- ¿Le permito expresar sus emociones?
- ¿Siento las bases de la convivencia en las primeras etapas de la vida o soy laxo-a, sobreprotector-a, arbitrario-a?
- ¿Lo dejo solo mucho tiempo porque tengo que trabajar para proporcionarle una «vida mejor»?
- ¿Le organizo salidas y actividades para luego reprocharle su conducta porque “es desagradecido, inquieto, caprichoso…”?
- ¿Me paso la vida negociando y cediendo?
- ¿Utilizo los límites de forma consistente?
- ¿Tengo una conducta equilibrada y realista o anticipo desgracias del tipo “ qué va a ser de este niño como siga así…”, pero sin hacer nada para evitarlo?
- ¿Mi pareja y yo somos coherentes entre lo que decimos y hacemos? ¿Cómo resolvemos nuestros propios conflictos? ¿Dónde?
Estas y otras cuestiones son las que respondemos en los talleres diseñados para padres.
Desde mi punto de vista no va a ser suficiente el abordaje de los problemas de la conducta si no se trata la de los pacientes y la de su entorno.