¿Niños medicados adultos con problemas?: Propuesta multidisciplinar para el
abordaje del TDAH.

Cada vez es más frecuente encontrar en contexto clínico jóvenes adultos que vienen a consulta por problemas para concentrarse, para controlarse, estar tranquilos en una reunión de trabajo o tener relaciones estables en lo social o en lo íntimo. En sus historias clínicas encontramos que en su infancia unos estuvieron implicados en problemas: no sabían inhibir su conducta; tenían respuestas reactivas y disruptivas; contravenían las normas; los tutores frecuentemente llamaban a sus padres con distintas quejas; en casa, la convivencia con ellos era difícil y su comportamiento estaba dentro del rango «niño travieso -niño insoportable». Y otros, no tuvieron problema en la conducta, sino en la atención: no molestaban en clase; permanecían en su mundo, abstraídos, como desconectados de la realidad. Algunos, además, ejecutaban sus tareas lentamente, no les daba tiempo a demostrar en los exámenes lo que sabían y lo que habían trabajado y sus fallos en la precisión, planificación y ejecución de las actividades, les pasaban facturas constantes en sus resultados académicos. Todos ellos fueron en su momento diagnosticados de TDA o TDA-H, tenían, por tanto, dificultades en:
– Inhibición de respuesta.
– Supervisión de acciones. Anticipación de consecuencias.
– Planificación y organización de secuencias con objetivo determinado.
– Atención sostenida y selectiva a nivel auditivo y/o visual.
– Memoria de trabajo o capacidad para trabajar con información compleja de forma simultánea.
– Tolerancia a la frustración, capacidad de corregir el error buscando estrategias de trabajo y/o acción que mejoren sus resultados.
– Flexibilidad cognitiva o capacidad de cambiar de ruta.
– Velocidad de procesamiento o capacidad de realizar acciones de forma cada vez más automática, rápida y eficaz.

Los niños de los años 90 son los adultos de ahora. Estos que actualmente acuden a consult con una trayectoria de dificultades en lo académico, en lo laboral y/o en lo personal; los que
perdieron el tren de los estudios; los que se envolvieron en los velos de la mariguana; los que distrajeron su hiperactividad mental con la play y otros artilugios. Muchos de ellos fueron «Niños medicados».

El año 1981 Laboratorios Rubió comercializa en España Rubifen (Metilfenidato) de 10mg. Este psicoestimulante, descubierto en los años 50, se convierte en el «medicamento estrella» en la década de los 90, época en la que aumenta el porcentaje de niños con diagnóstico de TDAH. En 2003, aparece Rubifen de 5 y 20 mg. En 2006 Laboratorios Lilly lanza al mercado Stratera (atomoxicetina). En 2008 Laboratorios Janssen presenta Concerta (Metilfenidato). En el año 2013 Laboratorios Shire presentan Equasym (Metilfenidato) y Elvanse (Lis-dexanfetamina). Y ese mismo año aparece Medikinet (Metilfenidato) de Laboratorios Juste.

Resulta curioso saber que en España, desde que se inician los tratamientos de los niños con metilfenidato, pasamos en diez años a tener cuatro veces más casos de escolares diagnosticados con TDAH. En la década 2000-2011, según datos de la OMS, el consumo de este fármaco en España aumentó de forma desmesurada, ocupando uno de los primeros puestos en el ranking mundial en su consumo.

Estos datos suscitan la siguiente pregunta: ¿el medicamento surge como respuesta a un problema o el problema aumenta a partir de la comercialización del fármaco? Cada uno que piense lo que quiera. Pero según consta en estudios contrastados el diagnóstico del trastorno ha dependido, frecuentemente de los siguientes factores:

– En consulta de pediatras, neurólogos y psiquiatras, los padres han descrito la conducta de los sujetos en contexto familiar y/o escolar. En algunos casos, además han rellenado cuestionarios (EDAH, Test de Conners, etc). Estudios sobre el tema indican que las respuestas de hostilidad de las madres aumentan en función del nivel de alteración de la conducta del niño. Por lo tanto, el nivel de sesgo en las repuestas puede verse afectado por el nivel de malestar psicológico de quienes responden. En algunas ocasiones, para completar esta información, también han respondido cuestionarios los profesores de los niños y también se contempla la posibilidad de que exista sesgo en sus respuestas en función de sus propias variables personales y el número de alumnos a su cargo.
– A partir de estas descripciones y de la observación clínica del médico especialista se considera el número de criterios diagnósticos que se cumplen en un determinado sujeto y se realiza el diagnóstico basándose en el DSM o el CIE. El porcentaje de pacientes con TDAH es mayor cuando nos regimos por DSM debido a la inclusión de un mayor número de criterios para definir el trastorno

Es decir, que si coincide que la descripción de un caso la realiza una persona emocionalmente alterada que da respuestas poco, bastante o extremadamente sesgadas (padre, madre o profesor) ante un doctor que considere los criterios americanos (DSM), hay más probabilidades de que el paciente tenga diagnóstico de TDA-H.

Ante estas realidades uno se pregunta:

¿Es suficiente la opinión de unos padres y la observación clínica y pedagógica de un niño para que este sea medicado sin que haya otras pruebas por medio que lo justifiquen? Desde mi punto de vista no.
¿Es posible que durante los últimos 30 años hayamos estado sobrediagnosticando y, como consecuencia, medicando a muchos chicos que, en realidad, no necesitaban tratamiento médico?. Parece que ser que sí.

Las estadísticas indican que a pesar de haber sido medicados durante la etapa infanto-juvenil, hay entre un 10-60% de casos de pacientes que en la etapa adulta arrastran el problema y un 50% de pacientes que pasan la barrera de la enfermedad y manifiestan en etapa adulta trastornos de personalidad, dificultades en la gestión de su ira, y/o abuso de sustancias.Parece, por tanto, que la medicación no les sirvió para mucho.

  • ¿Qué es lo correcto?
    1º.- Abordaje multidisciplinar.
    2º.- Evaluación clínica: tras la detección del problema se deberá remitir al sujeto al neuropsicólogo para que se realice Evaluación neuropsicológica. Durante la misma se deberá recabar información con Entrevista y Cuestionarios a padres y profesores, y realizar una evaluación pormenorizada de todos los procesos cognitivos. En función de esta evaluación se podrá realizar Diagnóstico diferencial.
    3º.- Una vez evaluado y diagnosticado el problema, hay que intervenir sobre las dificultades que, generalmente, se observan en el trastorno:
    – Intervención neuropsicológica:
    – Función ejecutiva, sobre todo, en velocidad de procesamiento, memoria de trabajo y atención sostenida, que suelen ser las áreas más deficitarias.
    – Intervención en otros procesos mentales que también pueden ser deficitarios, proceso lecto-escritor y/o viso-perceptivo.
    – Intervención sobre la conducta del niño: persistencia en el error, dificultades en la inhibición de la conducta, en la anticipación de los conflictos, vulnerabilidad emocional, intolerancia a la frustración, y habilidades de relación.
    – Intervención académica: imprescindible la activación por parte de los orientadores del colegio de los protocolos necesarios para estos niños. Es su deber realizar las oportunas adaptaciones curriculares, hablar y sensibilizar a los profesores con los problemas del niño, darles instrucciones.
    – Intervención familiar:¿qué tipo de familia hay detrás del «trastorno»?¿Es un estilo educativo sobreprotector, arbitrario, impositivo, incoherente, inconsistente…? 4º.- Una vez realizado este tratamiento, si la conducta no mejora, se podría considerar el uso de fármaco que, en ningún caso, debería disociarse del tratamiento familiar, escolar, social y cognitivo. En este caso la intervención del médico especialista es imprescindible y si él lo considera necesario y con el fin de tener más datos sobre el pronóstico del caso, se podría, si existen antecedentes en la familiares, realizar Evaluación genética,.( (NeurofarmagenTDAH).

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