Las situaciones de conflicto, de pena y de angustia que se esconden tras el epígrafe de “Trastornos de la conducta alimentaria”, son bien conocidas por aquellos que las padecen en su propia piel o en la de personas a quienes quieren.
Pero veamos a qué nos referimos cuando hablamos de trastornos de alimentación.
Por una parte, están los trastornos alimentarios propios de la infancia, y por otra, los que, generalmente, aparecen en la adolescencia. Yo en este articulo, tan solo haré referencia a estos últimos, ya que la prevalencia de los mismos va en aumento y la sociedad debe tomar conciencia de que, tan solo, desde la prevención o desde el diagnóstico precoz de la enfermedad, se pueden detener los altos índices de aparición de estas patologías.
Anorexia nerviosa y Bulimia nerviosa
Ambos trastornos surgen en las sociedades más desarrolladas, en las que el modelo de belleza está asociado a delgadez, y aunque siguen apareciendo de forma prioritaria en mujeres, en los últimos años las estadísticas muestran cada vez un mayor número de casos entre los varones.
Es a partir de la preadolescencia, cuando algunos sujetos, emocionalmente inestables y, por tanto, más vulnerables a determinados desequilibrios, manifiestan este tipo de problemas alimentarios que, en combinación con otros factores de tipo sociocultural o familiar, abona el terreno para que el trastorno aparezca.
Tanto la anorexia nerviosa como la bulimia nerviosa generan deterioro físico, y en ambos casos los sujetos que lo padecen perciben de forma desajustada su realidad corporal.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de anorexia nerviosa?
Hay acuerdo internacional en diagnosticar anorexia cuando existe un “rechazo a mantener un peso corporal mínimo normal, miedo intenso a ganar peso y alteración de la percepción de la forma y el tamaño del cuerpo”.
Estos enfermos son personas perfeccionistas que se exigen demasiado, con baja autoestima, poca espontaneidad social y bastante incapacidad para expresar sus emociones.
Una vez que están metidos de lleno en el trastorno, generan una serie de manías como la de pesarse compulsivamente, medir su contorno corporal constantemente, o eludir ocasiones en las que tengan que comer en compañía de terceros. Además, se introducen en un mundo de mentiras y utilizan todo tipo de estrategias para evitar engordar. En este sentido, no se conforman con restringir al máximo la ingesta de alimentos, sino que además, restringen la variedad de los mismos. Y, además, se convierten en verdaderos expertos en farmacología, conociendo todo tipo de purgas, diuréticos, laxantes, y las dosis y combinaciones adecuadas que, según su criterio, les harán conseguir su ideal corporal.
La evolución del trastorno será tan variopinta como el número de personas que lo padezcan. Y no sólo dependerá de la edad de inicio, sino de la cantidad de episodios que se produzcan, ya que puede tratarse de algo esporádico o, por el contrario, puede llegar a cronificarse.
Pero la dura realidad de la que nos informan las estadísticas, es que un 10% de quienes padecen anorexia nerviosa acaban muriendo. Unos, debido a las irrecuperables consecuencias físicas de sus ayunos; otros, debido a utilización de medios concretos para conseguir su objetivo de suicidio.
Si la anorexia nerviosa diagnosticada es del tipo restrictivo, estamos ante sujetos que se someten a situaciones de ayuno y ejercicio físico extremos.
Si la anorexia diagnosticada es del tipo compulsivo/purgativo, estamos antes sujetos que utilizan de forma indiscriminada todo tipo de fármacos para conseguir cambiar su estructura corporal. El perfil emocional de estos últimos pacientes, es el de personas con escaso o nulo control de sus impulsos, y debido a ello, a su trastorno de alimentación van asociados otros, como el consumo exagerado de alcohol, drogas y sexo. Es dentro de este tipo en donde se dan prioritariamente los intentos de suicidio.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de Bulimia nerviosa?
Se considera como característica esencial de este trastorno, la aparición recurrente de atracones de comida durante un tiempo reducido. En ese espacio de tiempo es frecuente que los sujetos consuman alimentos de elevado contenido calórico.
A estos atracones les sigue el uso de métodos inapropiados para perder peso.
Es decir, el proceso es el siguiente: el sujeto, de forma compulsiva y, normalmente, en soledad, come durante unas dos horas una cantidad de comida muy superior a la normal. A continuación, y dada la exagerada preocupación que sienten por perder peso, acuden a laxantes o purgantes con el fin de expulsar todo ese alimento.
Pero hay algo más que les caracteriza, entre un 80-90% de estos pacientes se provocan vómitos. Los vómitos recurrentes son la antesala de múltiples complicaciones. Las más evidentes son las que se producen en la dentadura por pérdida de esmalte dental, y los traumatismos que quedan en las manos.
El detonante de todo este “ritual” suele ser una situación de estrés, preocupación o depresión. Al final, después de realizarlo se sienten más deprimidos, estresados y preocupados.
¿Qué podemos hacer ante estos problemas?
Los padres, una vez más, debemos pecar por exceso y acudir, ante la más mínima alteración observada, a los profesionales que van a hacer la evaluación adecuada del problema.
Y después… Generalmente, entramos en un camino de difícil recorrido.
La hospitalización no siempre es necesaria, va a depender del estado físico y psíquico general. Lógicamente, si se detectan intentos de suicidio o si el peso corporal ha descendido más del 25-30%, la decisión de ingresar al sujeto debe ser rápida.
En cualquier caso, no se les suele dar el alta antes de los dos o cuatro años, y después será necesario que exista un seguimiento, por un tiempo indeterminado, como medida preventiva para las posibles y temidas recaídas.
El objetivo final de los profesionales especializados en este campo, no se limita tan solo a conseguir que el paciente gane peso, sino que es prioritario que mejoren la percepción de su realidad corporal y su estado emocional.
Y, por último, repetir, una vez más, que lo adecuado ante este problema es la prevención y el diagnóstico precoz del mismo porque, en líneas generales, cuanto más precoz sea el diagnóstico, mejor va a ser el pronóstico.